Inermes, pero fuertes en su fe

ABC
José Luis Restán

Era viernes, día de descanso semanal, y aprovechaban para acudir al monasterio de Anba Samuel, en la provincia de Minia, en el Alto Egipto. En el autobús viajaban familias enteras de cristianos coptos, deseosos de llegar a un lugar de paz en el que orar y celebrar la misa. Gente sencilla, buena gente inerme frente al salvajismo de una maldad que no acertamos a narrar, quizá porque, como ha subrayado el Papa en más de una ocasión, tiene algo que no es de este mundo, algo diabólico. Pero que sea diabólico no significa que no tenga su lógica, en este caso la de extender el pánico, sembrar la fractura social y desalentar a los que construyen la convivencia. Es un mensaje al Gobierno modernizador y pro-occidental de Al Sisi, es un aviso a las autoridades de Al Azhar, que recibieron hace un mes a Francisco y que avanzan en la formulación de un islam incompatible con el terrorismo, y es un chantaje de sangre a una comunidad cristiana que mora a orillas del Nilo, de norte a sur, desde hace dos mil años. Esperemos que el Gobierno de El Cairo profundice en la buena dirección y aumente la protección de los cristianos, aunque, no nos engañemos, no podrá impedir siempre zarpazos como los que se vienen sucediendo. Y confiemos en que el diálogo tejido con paciencia y largueza de miras entre la Santa Sede y Al Azhar se fortalezca y empape la vida cotidiana del pueblo sencillo musulmán. Es una apuesta fuerte de futuro. En cuanto a la Iglesia copta, el Papa Teodoro II subraya que a lo largo de su historia ha sido siempre «madre de mártires», y que estos se convierten en testigos para todo el mundo, en una misteriosa fuente de vida. Nos toca prestarles voz, reivindicar su libertad y seguridad, pero, más aún, aprender de ellos.