Por qué enseñar es (cada vez más) hermoso

Me ha conmovido profundamente leer lo que el Papa Francisco, dirigiéndose a la UCIIM (Unión católica italiana de profesores, directores, educadores y formadores), ha dicho sobre el trabajo que desde hace años me compromete con todas mis energías, y que a medida que pasa el tiempo más me apasiona: el trabajo del profesor, que es al mismo tiempo una vocación y una misión.

El Papa dijo algo que yo siento como muy verdadero para mí, que «enseñar es un trabajo precioso», todos los días: que cada vez que empiezo algo fascinante para mí, que llamo la atención, que miro a la cara a uno de mis alumnos, que empiezo la clase, que pregunto o hago una demostración, todo eso es parte de un trabajo que no cambiaría por ningún otro, hasta tal punto cumple y realiza mi propia humanidad.

Que enseñar es un trabajo precioso, el Papa lo ha indicado deteniéndose en la figura del profesor y delineando las características que le convierten en punto de referencia autorizado para las jóvenes generaciones. Francisco dijo que hoy más que nunca hacen falta «profesores capaces de dar un sentido a la escuela, al estudio y a la cultura, sin reducir todo a la mera transmisión de conocimientos técnicos sino apostando por construir una relación educativa con cada alumno, que debe sentirse acogido y amado por lo que es, con todos sus límites y potencialidades. En este sentido, vuestra tarea es más necesaria que nunca. Y debéis enseñar no solo los contenidos de una materia sino también los valores de la vida y las costumbres de la vida. Son las tres cosas que debéis transmitir. Para aprender los contenidos basta con tener un ordenador, pero para entender cómo amar, para entender cuáles son los valores y costumbres que crean armonía en la sociedad, hace falta un buen profesor».

Por eso es precioso enseñar, porque no es solo transmitir nociones o técnicas, para las que bastaría con un ordenador, sino un compromiso cotidiano con el destino de cada uno de los alumnos que te encuentras en clase. Es un compromiso con su libertad.

Enseñar es el camino de una mirada, y a medida que pasan los años más crece en mí la simpatía por mis alumnos, cada vez esto más seguro de poder apostar por su libertad.

Por eso, como dijo el Papa, un profesor nunca está solo: le acompaña en su aventura la libertad de sus compañeros y de los padres, con los que comparte su tarea educativa, así como la libertad de cada alumno y alumna, pues ellos son los terminales de la educación. En este sentido, hay dos menciones del Papa Francisco que siento que me desafían especialmente y para las que espero poder encontrar una compañía útil dentro de la escuela.

La primera es que «la escuela está hecha ciertamente de una válida y cualificada instrucción, pero también de relaciones humanas». Esta es la indicación que he sentido como más importante y decisiva, una tarea que tomar más en serio que nunca para evitar que la escuela se reduzca a un lugar de instrucción y de reglas de comportamiento. Es el compromiso prioritario de construir relaciones humanas, porque hoy los chicos no crecen tanto por el acatamiento de instrucciones o reglas, sino cuando encuentran una mirada amorosa, una simpatía verdadera y gratuita hacia su humanidad.

La segunda indicación se refiere a los alumnos difíciles, para los cuales el Papa ha pedido un compromiso decidido y sin vacilar. «El deber de un buen profesor es amar con mayor intensidad a sus alumnos más difíciles, más débiles, menos aventajados. Jesús diría: si solo amáis a los que estudian y son bien educados, ¿qué mérito tenéis? Si hay algunos que nos hacen perder la paciencia, ¡a esos debemos amarlos más! Os pido amar más a los alumnos “difíciles”, a los que no quieren estudiar, a los que se encuentran en situaciones complicadas, a los que tienen discapacidad, a los extranjeros, que hoy son un gran desafío para la escuela». Es una tarea que da escalofríos, pero es sumamente importante, porque la capacidad educativa no solo crece dando las clases que tenemos que dar, sino afrontando los problemas que nos salen al encuentro diariamente.

Es el problema que nace dentro de una relación, dentro de una clase, lo que pone aprueba cómo miro al otro. Por eso, que haya alumnos difíciles es una posibilidad de ser más verdaderos, de descubrir, viviéndola, la razón por la que he elegido enseñar. Así, un alumno difícil o una derrota no son la negación de la educación. Al contrario, la hacen más fuerte. Porque la educación es en la medida en que es para todos.

Las palabras del Papa nos desafían a recuperar la pasión original por este trabajo que, aun mal pagado y con miles de problemas, sigue siendo precioso. ¡Cada vez más hermoso!

Gianni, Abbiategrasso