¿Basta con conformarse?

EN CLASE / PATERNIDAD 13
Andrés Bello

La exigencia infinita que tienen todos los seres humanos, ¿es un error que padecemos y que tenemos que corregir? Ante una broma pesada, se viene abajo el castillo de naipes que Edgar había construido.

Se acerca un alumno porque quiere hacerme una consulta. No lo conozco, es de los mayores, pero llegó al instituto este curso. Edgar, así se me presenta, escribe novelas y quería conocer algunos datos del catolicismo para incluirlos en su último libro.
Como la vida urge, a los pocos minutos estamos hablando de lo que más nos interesa. Me cuenta su historia personal, de padre ateo y madre creyente, con una novia de la que está muy enamorado. Asistió durante años a clase de religión católica empujado por su madre, pero ya había abandonado esa posibilidad. Me dice: «Yo reconozco en mí esa exigencia infinita de la que usted habla; pero esto le sucede a todos los seres humanos; es un error que padecemos y que tenemos que corregir». «Edgar, —le respondo— el anhelo más profundo que hay en ti, ¿es un error? Es afirmar que tú eres un ser fallido, porque en el fondo tú eres ese anhelo. Las consecuencias de esta afirmación son un impedimento para vivir una vida realmente humana, ¿te das cuenta?». «He aprendido desde hace años a practicar un conformismo —me explica Edgar—, a fijarme pequeñas metas a corto plazo que estén a mi alcance, de este modo nunca me siento defraudado, y soy feliz».

Yo no podía pensar en ese momento que antes de 24 horas tendría la siguiente conversación con un alumno que hasta entonces no sabía ni que existía. Me encuentro de guardia en la sala de profesores. Las guardias son siempre una buena ocasión para ayudar a los alumnos a enjuiciar ciertas situaciones, con frecuencia conflictivas, que están viviendo. Edgar ha abandonado la clase. Como él es más maduro que el resto de sus compañeros, le cuesta el comportamiento infantil de los otros, que le han gastado una broma pesada. A pesar de haberse dirigido ya al jefe de estudios, viene a mí para decirme que necesita hablar: está enfadado y siente la necesidad de una justicia que no se ha satisfecho ni con la intervención del jefe de estudios. Me cuenta que en otro instituto ya tuvo un problema por estas cosas: una pelea violenta a la salida del instituto que le costó el expediente de expulsión. «¿Qué hago?», me dice. «¿Me preguntas “qué haces”?», le respondo, «¿no me dijiste ayer que tenías la solución para salir al paso, que era la de conformarte en la vida? Pues ¡confórmate!». Al instante, me doy cuenta de haberle propinado un golpe bajo casi sin querer, así que añado inmediatamente: «Amigo, no estás mal hecho, la exigencia infinita de justicia que experimentas no es un error a corregir ni a refrenar. No puedes pasarte la vida reduciendo antinaturalmente tu propia humanidad. Esto ni es humano ni es sano. Haz cuentas con la amplitud de tu humanidad, que te llevará a ampliar también la estrechez de tu razonamiento. Por fuerza debe existir lo que responde a la totalidad de lo que tú eres».

Puedo decir que cuando nos saludamos ahora hay una cierta simpatía entre nosotros. Antes éramos extraños, ahora estamos en el mismo camino. Por supuesto, no hubo pelea a la salida del instituto.