Una oportunidad para todos

A propósito de las elecciones administrativas que se celebrarán en más de mil ayuntamientos italianos en el mes de junio, publicamos algunos pasajes del diálogo entre Julián Carrón y algunos responsables del movimiento en Lombardía

A propósito de las elecciones administrativas que se celebrarán en más de mil ayuntamientos italianos en el mes de junio, publicamos algunos pasajes del diálogo, que tuvo lugar en este mes de mayo, entre Julián Carrón y algunos responsables del movimiento en Lombardía.

Intervención. Cuento brevemente lo que ha pasado y sigue pasando estos meses en mi ciudad. Lo hago para subrayar cómo tomar en serio las propias necesidades, mirándolas a la cara, mueve la libertad de la gente, que se junta y empieza a responder a las necesidades que plantea la realidad. Esto es lo que ha sucedido.
El pasado mes de diciembre, algunos nos vimos provocados para asumir un compromiso de cara a las elecciones administrativas en nuestra ciudad. Veníamos de un año y medio desastroso: la junta dimitió en bloque y el ayuntamiento quedó en manos de una comisión gestora. En un clima ciudadano de desconfianza absoluta, quizás todavía peor que la media nacional, un párroco nos provocó con una pregunta: «¿Los cristianos tienen algo que decir en esta situación? ¿Tenemos una posición que pueda servir de ayuda para todos?».
Entonces algunos de nosotros nos implicamos con otras realidades sociales y del asociacionismo católico y empezamos a trabajar juntos.
Poner sobre la mesa toda la urgencia por responder a nuestras necesidades, y por tanto a las de nuestros conciudadanos, de manera inesperada hizo caer una serie de muros (construidos a partir de prejuicios e ideas rígidas), hasta el punto de que preparamos un documento común (partiendo de la base de lo que había pasado el año pasado entre los católicos de Milán) que presentamos a toda la ciudad, y que obtuvo una respuesta interesante en términos participativos.
Lo bueno fue que las personas que vinieron a la presentación empezaron también a implicarse. Sobre todo, les resultó interesante ver cómo algunos de nosotros se habían movido y cómo eso les había hecho madurar y crecer humanamente. Así que empezaron a preguntar qué había originado nuestro compromiso y también a trabajar con nosotros. Después, algunos decidimos presentarnos en una lista ciudadana; incluso le pidieron a uno que se presentase como candidato a alcalde.
No censurar el deseo de presencia, de plenitud, de testimonio y de felicidad hizo nacer en la ciudad algo que no se veía desde hace tiempo.
Todo esto también ha supuesto una provocación para nuestra comunidad, que en cierto momento corrió el riesgo de asentarse sobre lo “ya sabido”, aunque fuera un ya sabido reciente, porque hasta las cosas verdaderas envejecen muy deprisa si no se recupera su frescura original. Una amiga nos dijo: «Yo no voto a nuestros amigos que se presentan simplemente porque son de los “nuestros”. ¡Necesito algo más para votarlos!». Provocados por esta observación, quedamos unos cuantos para charlar, para buscar un juicio común: lo que te hace decidir apoyar a una cierta persona es el cambio que ves en ella, no la votas porque pertenece a un partido determinado o a un grupo, aunque sea CL.


Julián Carrón. Este relato documenta la oportunidad que suponen las elecciones para verificar la fe, para verificar hasta qué punto nuestras necesidades están vivas y son capaces de movilizarnos.
La cuestión es si nosotros reconocemos que necesitamos pertenecer a un lugar que constantemente nos despierta y nos desafía a verificar en la realidad lo que hemos encontrado, de modo que cada vez nos entusiasme más. Nadie decide cómo la realidad nos alcanza. Ahora, por ejemplo, nos interpela a través de las elecciones en muchas administraciones locales. Podemos dejarlas pasar o usar esta circunstancia para ver qué provoca en nosotros como necesidad. Nadie ha dado a nuestros amigos una consigna para hacer lo que han hecho. Han percibido su necesidad de implicarse, una necesidad despertada por el acontecimiento cristiano cuando han visto el clima actual de desconfianza absoluta en la política. Y nadie les ha impedido ponerse en marcha, hasta el punto de que otros también han empezado a moverse al ver a nuestros amigos en acción –este es el método de Dios, también a este nivel: uno empieza a moverse y los demás, al verlo, se ponen en marcha a su vez–. ¿Por qué? Porque han comprendido el origen del que procedía su interés por las elecciones: no censurar su necesidad, que es justo lo contrario de asentarse sobre lo “ya sabido”.
Si no verificamos constantemente hasta qué punto las necesidades están vivas en nosotros y consiguen movernos, y por tanto si no estamos dispuestos a aceptar los desafíos que la realidad nos lanza, nos encontraremos con las manos vacías; aunque tengamos toda la historia del movimiento a nuestras espaldas, será solo un hecho del pasado. En efecto, el movimiento solo seguirá existiendo según cada uno de nosotros responda en primera persona a la llamada de la realidad. Es una respuesta que no podemos delegar en nadie. Este es exactamente el segundo de los dos factores que Giussani señalaba ya en los años setenta como razón de nuestro compromiso, también en política. Los recuerdo brevemente:

1. «El primer nivel de incidencia política de una comunidad cristiana viva es su misma existencia, pues esta implica un espacio y unas posibilidades de expresión, (…) cuyo influjo en la sociedad civil tiende inevitablemente a ser cada vez más relevante; la experiencia cristiana se convierte de este modo en uno de los protagonistas de la vida civil, en constante diálogo y confrontación con todas las demás fuerzas y las demás presencias de que esta se compone».
2. Si el primer factor es que la comunidad cristiana misma es por naturaleza un hecho político, el segundo es este: «Por la profunda experiencia fraternal que se desarrolla en ella, la comunidad cristiana tiende necesariamente a tener sus propias ideas y su proprio método para afrontar los problemas comunes, tanto prácticos como teóricos, y ofrecerlos como su colaboración específica al resto de la sociedad en la que se vive».
Toda comunidad cristiana, por el hecho de estar situada históricamente en un determinado contexto civil –en nuestro caso un ayuntamiento–, tiene inevitablemente una cierta mirada sobre las principales necesidades y las urgencias que emergen en ese lugar.
Por eso, implicarse en las próximas elecciones administrativas es una posibilidad que todos tenemos al alcance de la mano, nadie puede sentirse excluido. Los amigos de este ayuntamiento comisionado nos han dado un testimonio luminoso.
Luego, una vez pasadas las elecciones, sería bueno organizar asambleas para verificar qué ha pasado en esta circunstancia. ¿Nos hemos implicado con la propuesta que estamos planteando? ¿O no nos hemos implicado? ¿Nos hemos quedado indiferentes? ¿También nosotros hemos cedido a la desconfianza general? Resumiendo, ¿qué ha pasado? Quien haya aceptado el desafío podrá juzgar si haberse implicado en esta circunstancia, que no hemos elegido, le ha servido para verificar lo que decíamos al principio, es decir, si lo que hemos encontrado sirve para afrontarlo todo, incluso en el clima de desconfianza que nos rodea.
No podemos dejar que este clima nos defina, ni que otros ocupen los espacios de presencia que nosotros, por pereza, no ocupamos. Entonces, cada uno en su ámbito podrá ver si lo que nos decimos es un hecho vivo –como lo ha sido para estos amigos nuestros– o si es simplemente una manera de hablar que no tiene nada que ver con las urgencias de la vida.
Me parece que tenemos por delante una preciosa oportunidad para verificar todos, pero todos de verdad, no solo aquellos que se implican directamente en la política o los que han decidido presentarse, si estamos realmente comprometidos con la realización de ese “bien común” del que siempre estamos hablando.