Tiempos de «belleza desarmada»

Entrevista publicada en La Voce e il Tempo el 9 de octubre de 2016
Adriano Moraglio

«Primera batalla, despertar toda la potencia del dese humano». Segunda, recibir de don Giussani, del Papa Benedicto XVI y del Papa Francisco «el testimonio de Cristo como el Único que conoce realmente el corazón del hombre y no lo defrauda». E invita a los miembros de CL a tener «el mundo entero» como «horizonte de la propia fe». Don Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, explica en esta entrevista de qué sirve un movimiento como el que él dirige desde hace más de diez años, después de que don Giussani le eligiera como sucesor. Y cómo lo guía.

En su libro La belleza desarmada llama la atención una preocupación constante por cómo se vive hoy en Occidente. Usted habla de la reducción del yo y de su deseo, ¿dónde identifica estas «reducciones»? En el intento de reducir toda la amplitud del deseo del hombre para poder «gobernar» más fácilmente a la gente. Cada uno de nosotros nace con un deseo de verdad, belleza, justicia, amor, felicidad. Y todos nuestros intentos son para encontrar una respuesta a estas preguntas que nos constituyen y que ningún sucedáneo puede satisfacer. El tiempo que vivimos nos ofrece constantemente «falsos infinitos», como los llama Benedicto XVI, que parece que llenan la vida, pero solo lo hacen por unos instantes y luego nos dejan más solos y más escépticos.

Otra constante en su pensamiento es que estamos en pleno «derrumbe de las evidencias». ¿A qué se refiere? Al hecho de que algunas grandes palabras, que hasta hace solo unas décadas parecían inamovibles, como vida, persona, amor, libertad, hoy ya no tienen un significado tan evidente. El intento ilustrado de separar estos valores de su origen histórico, es decir, del cristianismo, ha fracasado y con ello ha entrado en crisis el hombre como tal. De hecho, me parece que lo que está en peligro es justamente el hombre, la razón y la libertad. Don Giussani subrayaba que el peligro más grave no es tanto la destrucción de los pueblos, sino el proyecto del poder para destruir lo humano.

Despertar el corazón del hombre y la mujer en su vida cotidiana; despertar a los jóvenes, sobre todo en la escuela, en la universidad, a un interés real por sí mismos. ¿Por qué considera esto tan urgente? Justo por lo que acabo de decir. Si lo que está en juego es el hombre, su deseo, su razón y su libertad, entonces la primera batalla es despertar toda la potencia del deseo humano ante cualquier poder. Hoy todos hablan de «emergencia educativa», que se refiere sin duda a la escuela y la universidad, pero también a todo hombre y mujer que tiene que vivir en este cambio de época en que la realidad más maltratada es precisamente el yo humano. Por eso hace falta un compromiso educativo que pueda vencer ese sopor que atenaza a los jóvenes y también a los adultos, por lo que ya nada parece interesarles y todo les resulta indiferente. Por eso, despertar un interés real por la vida es la primera tarea educativa: recuperar una apertura positiva hacia la realidad, con el asombro propio de un niño ante algo hermoso.

Usted invita a redescubrir el gusto por el encuentro con el otro (de ahí también su apertura total en el tema de la inmigración). Sobre todo, invita a dejarse provocar por lo que sucede. Usted propone esta forma de vivir a todos, pero se la recomienda especialmente a los cristianos... Así eso, porque no hay otra manera de despertar un interés para que a través de un encuentro. Basta pensar en lo que pasa cuando una persona se enamora. El otro no es alguien de quien defenderse, un obstáculo, un enemigo a combatir. El otro es esencial en mi camino. Siempre nos lo recuerda el Papa Francisco, como también nos dijo en su mensaje al Meeting de Rímini: «Abrirnos a los demás no empobrece nuestra mirada sino que nos enriquece porque nos permite reconocer la verdad del otro. De esta forma puede comenzar ese diálogo que permite avanzar en el camino hacia nuevas síntesis que enriquecen a uno y a otro. Este es el desafío ante el que se encuentran todos los hombres de buena voluntad». No hay otro camino que nos pueda evitar sucumbir en el mundo global de hoy. Esto lo pueden entender muy bien los cristianos, para los que el otro por excelencia, el Misterio que hace todas las cosas, se ha hecho carne para salir al encuentro de los hombres. Desde entonces la Verdad es una relación, una relación viva.

Usted afirma que para reconstruir lo humano «hace falta que venga alguien desde fuera de nuestros pensamientos, fuera de nuestra reducida capacidad de mirar». ¿Qué quiere decir? ¿Por eso dice usted que Cristo ha venido para despertar al hombre? Por supuesto. No me lo invento yo, toda la historia del pueblo de Israel es la documentación de la iniciativa de Dios hacia el hombre, que después del pecado se perdió a causa de la pretensión de actuar solos. La piedad de Dios por nuestra nada es lo único que está en el origen de ese camino que culminó en la Encarnación: Dios se inclinó sobre nosotros, decidió descender hasta nuestro nivel para reconstituir todo nuestro yo, para ensanchar nuestro corazón, nuestra razón y nuestro afecto, para permitirnos vivir a la altura de nuestros deseos.

La propuesta que hace usted a los miembros de CL, y a todos a través de este libro, parece una mezcla entre el magisterio de don Giussani y el del Papa Francisco, sin olvidar a Benedicto XVI. ¿Es así? ¿Qué une a estos tres gigantes de la fe que usted engloba en su manera de guiar al movimiento de CL? Su testimonio de Cristo como el Único que conoce realmente el corazón del hombre y no lo defrauda. Pero no un Cristo del pasado, una idea o un pensamiento religioso, sino una Persona viva, capaz de suscitar esa curiosidad y ese deseo por el que los dos primeros que Le conocieron a orillas del Jordán le preguntaron: «¿Dónde vives?», fueron y volvieron a sus casas llenos de entusiasmo por el encuentro con aquel hombre excepcional que era Jesús. Es sorprendente, que la misericordia del Padre nos permite revivir la misma experiencia que Juan y Andrés. No tengo otra cosa que ofrecer a mis amigos más que lo que aprendí de don Giussani: su pasión por Cristo, que le hizo descubrir al hombre, y su fidelidad al Papa, donde está la seguridad para nuestra vida de fe dentro del cauce de la Iglesia. Por eso, cada palabra de los dos papas que ha citado es para nosotros un don que Dios nos da para indicarnos el camino, corregirnos y acompañarnos.

Con este libro parece establecerse una separación definitiva entre CL y las obras sociales realizadas por sus miembros, y entre CL y el compromiso político de sus miembros. ¿Es así? Para nada. Nunca he invitado a mis amigos del movimiento a retirarse del mundo. Para quien ha conocido a Cristo, el horizonte de la fe es el mundo entero, mostrando la razón profunda de cada compromiso: una pasión por Cristo y por nuestros hermanos los hombres que está en el origen de cada intento, aun limitado y aproximativo, por hacer mejor, es decir más humana, la vida social, ofreciendo la propia contribución para el bien de todos.

Terminamos con el título del libro. ¿Por qué la belleza? ¿A qué belleza se refiere? ¿Y por qué ha de proponerse «desarmada»? Porque no hay otra forma de comunicar la verdad. Fue una gran conquista del Concilio Vaticano II: reconocer, según la enseñanza de Cristo, que no hay otro acceso a la verdad que no pase mediante la libertad. La verdad cristiana no necesita una fuerza ajena a la verdad misma para convencer a la gente: pensemos en los encuentros de Jesús. Solo el atractivo de la verdad puede suscitar el interés por la fe y mover la libertad de las personas hasta el reconocimiento de Cristo presente y vivo en la Iglesia. Como dijo hace pocos días el Papa Francisco, durante el Jubileo de los catequistas, «a Dios-Amor se le anuncia amando: no a fuerza de convencer, nunca imponiendo la verdad, ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna obligación religiosa o moral. A Dios se le anuncia encontrando a las personas, teniendo en cuenta su historia y su camino. El Señor no es una idea, sino una persona viva: su mensaje llega a través del testimonio sencillo y veraz, con la escucha y la acogida, con la alegría que se difunde». En este sentido hablo de «belleza desarmada». «Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino "por atracción"» (Evangelii gaudium, 14). Por eso siento como dirigida en primer lugar a mí una pregunta que planteé después de los atentados de París: pero nosotros los cristianos, ¿todavía creemos en la capacidad que tiene la fe que hemos recibido para ejercer un atractivo sobre aquellos que encontramos, aún creemos en la fascinación vencedora de su belleza desarmada?