La llegada de los peregrinos a Czestochowa.

Aprender a quererlo todo

Peregrinación a Czestochowa: dejar de pedir que la peregrinación resuelva la vida para poner delante el deseo que salga a mi encuentro, una y otra vez.

Escribo este mail para contar lo que ha sucedido durante la peregrinación a Czestochowa, en la que he participado este verano. Empiezo diciendo que al partir tenía la secreta esperanza de que la peregrinación pudiera, en cierto modo, “resolverme” la vida, sugiriéndome una decisión definitiva de cara a la universidad. Pero eso no ha sucedido y, con lo que he entendido después, estoy muy agradecido a ello.
Después de la selectividad, mi mayor deseo era poder volver a tener ese encuentro que me conquistó cuando conocí GS. En Czestochowa ha sucedido, a medida que pasaban los días y la meta se acercaba: me he sentido afirmado y abrazado tal cual soy, ni más ni menos. Mediante las personas que he conocido, aparentemente de forma casual, y mediante las cosas que se me pedía hacer, se hacía evidente el hecho de que nada dependía de mi esfuerzo ni de mi fuerza de voluntad, sino que todo era dado, no previsto ni calculado. A pesar de ello yo estaba contento, disponible para ver qué podía pasar.

Durante el camino solo se me pedía una cosa: seguir. Y ha sido revolucionario. Seguir no como espectador, sino verificando si lo que se me proponía tenía que ver con mi vida. Así, dentro de la rutina de los días de camino, se hizo posible vivir de un modo excepcional. Cada mañana me sentía consciente de lo que había pasado el día anterior, deseoso de ver a través de qué cosas Cristo me saldría al encuentro en esa jornada. Lo hacía sobre todo mediante los rostros de los universitarios que he conocido, con algunos de los cuales ha nacido una bonita amistad. Me ayudaban a mirar con más atención mi propia humanidad y todo el camino recorrido este año para poder elegir la carrera.

Otro descubrimiento que me he llevado a casa es que la fatiga no necesariamente es una objeción para las cosas que uno hace. Me he dado cuenta de que me ha ayudado a ser más esencial, y a que mi pregunta se hiciera más verdadera. Por ejemplo, ya después del primer día se hizo evidente que no valía la pena hacer seis días de camino para pedir a la Virgen que me indicara la carrera que debía elegir. Mi pregunta más verdadera era si podía volver a vivir con la misma certeza el encuentro con su hijo.

A menudo me invade la nostalgia por esos días, y doy gracias por ello. He empezado a pedirle que me salga al encuentro, una vez más. Es algo que me llama la atención porque antes no era tan ambicioso, no deseaba grandes cosas para mí, y fingía contentarme. Mientras escribo, en cambio, sé que este ambicionarlo todo me acompañará en mis jornadas, y apenas sienta que me basta con algún particular, la rabia y la melancolía se rebelan dentro de mí.

Me gustaría subrayar que el hecho de que ese hecho haya vuelto a suceder no ha resuelto para nada mi vida. Al volver de Polonia estaba más seguro de que el Señor está presente y que me quiere consigo, pero deseo que el diálogo pueda continuar siempre, también ahora, en estos días de inicio de mi vida universitaria, donde el vértigo de la novedad empieza a hacerse notar. Lo pido cada mañana, nada más abrir los ojos.

Matteo, Como