A los que dicen que Dios nos ha abandonado

El terremoto, la nieve, una sucesión de accidentes que han sembrado la muerte en la zona centro de Italia. Pero aun en medio de todo esto alguien dice: «Tengo una buena noticia y quiero contársela a todos»

Después de todas las tragedias acontecidas en mi región, los Abruzzos, escribo porque tengo una buena noticia y me gustaría contársela a todos. Uso la expresión "buena noticia" porque responde a la pregunta que me planteó una amiga ante tanto dolor y tantas muertes: «¿Es que no puede haber ninguna buena noticia?». En el mismo instante en que me lo preguntó me di cuenta de que ella misma, allí delante con su pregunta, era ya una "buena noticia" para mí, aunque entonces no la respondí.

La buena noticia no me la ha traído el viento, tampoco la he encontrado dentro de mí. Me la dio un hombre llamado José, mi obispo, monseñor Petrocchi, durante su homilía en el funeral por las víctimas del accidente de un helicóptero de rescate que se precipitó. «Asistimos atónitos a una sucesión estresante de hechos traumáticos que, como oleadas impetuosas, se abaten terriblemente sobre nuestro territorio y nuestra gente. Pienso en todos aquellos que han perdido su vida y, ante estas tragedias, una pregunta nos desgarra el alma: "¿Por qué? ¿Por qué estas vidas llenas de promesas y esperanzas? ¿Por qué ahora, por qué así, por qué ellos?". Son interrogantes que hay que respetar, y que dejarlos resonar en el silencio de nuestra alma. Por eso hay que resistir la tentación de eliminarlos forzosamente mediante respuestas banales o engañosas. No existen "anestésicos" capaces de aplacar este grito del alma. Hay que pararse, con fe, delante del misterio y dejar que sea Dios -y solo Él- quien nos dé la respuesta que invocamos».

Solo puede hablar así un hombre seguro, un hombre que habla por experiencia, un hombre que ha visto realmente al misterio responder ante tragedias parecidas. Luego, frente a nuestro sufrimiento y todo lo que sigue pasando aquí -los movimientos continuos, el pánico generalizado, las escuelas cerradas por precaución- siguió diciendo: «El Señor camina con nosotros y toma consigo todos los aspectos de nuestra existencia, sobre todo lo que están marcados por la partida. Por eso, Él resulta ser a título propio ciudadano predilectísimo de nuestra región, en la que desde siempre ha establecido su morada. Por eso tengo que subrayar que -especialmente en estos "días de crucifixión"- Dios "habla abrucés". He podido escuchar el eco de su voz expresándose en dialecto y con tonos conmovidos en mis conversaciones con nuestros vecinos, especialmente cuando he ido a visitar a las poblaciones más afectadas en las zonas montañosas de L'Aquila».

No se inventaba nada, no respondía con ideas. Contaba lo que había visto y dónde lo había visto. Hace unos años, también cuando visitó L'Aquila, su homilía no fue muy distinta: «Encontramos así en el texto de san Pablo expresiones que nos ponen delante de la "paradoja cristiana", es decir, del misterio de la Pascua, que es locura para los paganos pero sabiduría de Dios para los creyentes. De hecho, el apóstol de las gentes no se limita a decir que acepta la cruz ni le basta afirmar que está dispuesto a soportarla con resignación estoica. Llega a decir que se enorgullece de la cruz. No la juzga, por tanto, como un accidente en el camino ni como una contrariedad que ha caído sobre él; la considera un bien precioso que mostrar con valor y por el que ser feliz. Es justamente la cruz, vivida en Jesús, lo que le regenera como "nueva criatura". Se trata de una "provocación" evangélica que solo el Espíritu nos desvela como sabiduría de Dios. Os confieso que el impacto con este "pensamiento inverso" a la simple lógica humana me ha cambiado la vida entera. Recuerdo que todavía era un joven estudiante cuando me envolvió esta intuición y escribí en un folio que aún conservo: "Hoy he entendido que puedo ser libre y estar alegre siempre: no solo "a pesar de" el dolor sino "gracias" al dolor, si dejo que se convierta en Amor"».

Pues bien, mi obispo no solo me ha traído la buena noticia de que Dios está aquí, conmigo sino que él mismo, mi obispo, es la buena noticia: un hombre seguro, con una gran fe. Dios no solo es también abrucés sino que sigue caminando aquí junto a nosotros.

Grazia, L'Aquila