(Foto Unsplash/Bethany Zwag)

Caterina y ese “sí” posible en cada instante

La noticia del embarazo, la alegría y la gratitud. Después, el diagnóstico de una enfermedad incompatible con la vida. «Me abrumaban el dolor y la rabia», cuenta su madre. Hasta que un encuentro…

A finales del pasado mes de marzo, mi marido y yo nos enteramos de que estábamos esperando a nuestra tercera hija. No estábamos “preparados” para una noticia así, pero de ese día recuerdo nuestra felicidad y la preciosa sonrisa de mi marido. Unas semanas después, les contamos a nuestras dos hijas que iban a tener la hermanita que llevaban tiempo deseando. Estábamos muy contentos y recuerdo la gratitud que sentía esos días pensando que la vida me ha dado todo lo que deseaba.

En mayo llegó el imprevisto. El día de santa Rita, patrona de las “causas imposibles”, nuestra vida cambió de repente. Durante una ecografía, empezaron a ver posibles problemas en nuestra niña que al cabo de unos días se confirmaron con un diagnóstico que no nos daba esperanzas de supervivencia, debido a una grave enfermedad cromosómica. Los primeros meses los pasé poniendo todo en cuestión, empezando por mi fe, que se derrumbó. ¿Por qué, de un día para otro, Jesús decidía darme un dolor tan grande? ¿Cómo sigues adelante con un embarazo sabiendo que cualquier día mi hija puede morir? Aún más, ¿cómo decir a mis hijas que su hermana tan deseada estaba destinada a subir pronto al cielo?

Me abrumaban el dolor y la rabia, pasé días de total oscuridad. Nunca renegué del encuentro con Jesús que había tenido años atrás, pero sencillamente esos días ya no me parecía verdadero ni actual. ¿Por qué me abandonaba de un día para otro? Siempre he estado rodeada de amigos, pero recuerdo la soledad de esos días. Nada ni nadie podía quitarme de encima ese dolor. No me sentía capaz de seguir adelante con un embarazo que en todo caso acabaría, dado el diagnóstico, con la muerte de nuestra niña. Me parecía que todo estaba fuera de mi alcance, me sentía totalmente incapaz de estar delante de lo que se me pedía. Para mantenerme en pie, trataba de aferrarme a mi familia y hacer cosas bonitas, pero nada me valía.

Hasta que el encuentro con una ginecóloga lo cambió todo. Durante la primera ecografía con ella, me di cuenta de que nos quería a mí y a mi hija, y sobre todo que la miraba por ser una niña y no por su enfermedad. Me impresionó tanto cómo nos miraba esa doctora que a partir de ese día empecé a vislumbrar la posibilidad de un camino. Dentro de una compañía así, era posible seguir adelante con el embarazo. Desde aquel día, poco a poco, empecé a ceder a su Presencia, partiendo del encuentro con esa ginecóloga que nos ayudaba a no mirar a nuestra hija con los ojos del mundo.

Fueron meses intensos, llenos de oscuridad, tristeza y dolor, pero en los que también recibimos mucho más de lo que habíamos pedido. Meses de encuentros, de amistades nuevas, de belleza, una cadena de “síes” dejándonos hacer por lo que sucedía, y cada día dábamos gracias a Dios porque nuestra niña seguía con nosotros. Aprendimos a vivir cada día con su afán, con la certeza de que dentro de cada instante estaba todo lo que necesitábamos, seguros de que cuando dejamos que Jesús entre en la realidad, la gracia acontece. Nunca me sentí “capaz” de llevar adelante este embarazo, pero como decía Jone en la Jornada de apertura de curso, sé Quién lo hizo posible. Me impactaron nuestras hijas, que durante meses pidieron con sencillez e insistencia el milagro de la curación de su hermana, seguras de que Jesús es bueno y las escucharía. La certeza con la que rezaban era una belleza a la que mirar cada día.

En el último periodo del embarazo hubo que tomar decisiones médicas importantes, pero siempre que hablábamos con nuestra ginecóloga volvíamos a casa con el corazón agradecido. Tomábamos todas las decisiones con ella, viendo lo que nos parecía más adecuado y mirando siempre el gran bien que ya era Caterina (este es el nombre que le pusimos a nuestra niña) para todos nosotros, dentro de una comunión que solo es posible por una amistad con Jesús y de Jesús. Recuerdo cada ecografía como el momento más deseado, porque podíamos ver a nuestra niña –conscientes de que, dada la situación, podría ser la última vez– y porque era evidente que, dentro de una compañía y de una mirada así, hasta ese embarazo, que aparentemente no suponía más que dolor, era un don y una preferencia que Dios había querido tener con nosotros.

A medida que se acercaba el día del parto, yo estaba cada vez más en paz, segura de que pasara lo que pasara, sería lo mejor para nosotros y para Caterina. La estábamos acompañando hacia el cumplimiento de su destino, algo que en el fondo también estábamos haciendo con nuestras otras dos hijas, solo que el destino de Caterina ya estaba escrito. El abrazo constante de nuestros amigos y de todos los médicos del hospital me permitieron experimentar realmente una alegría difícil de explicar porque es humanamente imposible si no es dentro de la obra de Otro. La oración, nuestra y de nuestros amigos, nunca nos ha abandonado (han rezado por nosotros desde Argentina hasta Singapur) y muchas veces me sorprendía rezando ya sin pedir explicaciones, sino pidiendo tan solo que Él se mostrara en cada instante. He entendido que lo que me salvaba y lo que me salva ahora es preguntarme: «¿Dónde estás Tú ahora?».

LEE TAMBIÉN – La voz de una historia

Caterina nos ha enseñado a mirar a nuestras hijas de una forma nueva, más verdadera y más segura del destino bueno que tienen ellas y nuestra familia. Nuestra hija subió al Cielo justo el día en que debía nacer aquí en la Tierra. Ese día volvió a suceder lo impensable: experimentamos un gran amor y vimos una belleza inimaginable, aun dentro del dolor por la muerte de nuestra niña. Recuerdo que poco antes de nacer, fuimos con la ginecóloga a rezar en la capilla del hospital. Ese día no había nada más verdadero que estar delante de la Cruz, delante de Aquel que nos ha pensado y nos ha querido juntos, haciendo posible el milagro de Caterina. Ese día, igual que el día del funeral, pudimos volver a ver que dentro de una compañía se puede decir “sí” a Dios con una paz y una alegría en el corazón que son de otro mundo, pero en este mundo. El verdadero drama ahora no es no tener a Caterina con nosotros, el verdadero drama es no decir “sí” a Cristo en cada instante.

Por la infinita gratitud por el don que Caterina ha sido y es para nosotros, queremos hacer un donativo a la Fraternidad, con la certeza de que el camino que estamos haciendo dentro del movimiento es el que más corresponde al deseo de verdad y belleza de nuestro corazón.
Laura