Bachilleres de Brianza en la Basílica de Asís

Afecto al destino. Una amistad inagotable

Una convivencia marcada por la muerte de una amiga por un tumor cerebral el día antes de partir. El imponente testimonio de Martina y su familia acompañó a los bachilleres durante esos días en Asís

El año pasado, a una alumna de segundo llamada Martina le diagnosticaron un tumor cerebral. Tras una primera intervención, la enfermedad reapareció, privando a Martina de su cabello pero no de su deseo de vivir y compartir, que la llevaba a participar en todos los gestos que podía, presencialmente o conectándose, o dejando que otros la llevaran en su silla de ruedas. Muchos, jóvenes y adultos, participaban en el rezo diario de un misterio del rosario pidiendo el milagro de su curación mediante la intercesión de Carlo Acutis, del que era especialmente devota. Por esta razón, decidimos organizar una convivencia invernal como peregrinación a Asís, donde está enterrado Carlo Acutis, del 28 al 30 de diciembre.

Martina murió a primera hora de la tarde del 27 de diciembre. Los profesores decidimos mantener la convivencia igualmente para acompañar a los bachilleres, y a nosotros mismos, para estar delante de lo que había pasado, encomendando a Martina y a todos nosotros a Carlo Acutis, a san Francisco y a santa Clara. Sus padres aplazaron el funeral al día 30 por la mañana para que todos pudiéramos participar, de modo que acortamos un poco el gesto para llegar a tiempo.

Fueron unos días muy intensos. Nada más llegar conocimos a una joven clarisa que nos contó su vocación, que le permitía «dar un “sí” para siempre porque aquí yo soy yo»: un “sí” que dio al comienzo de un camino en el que vuelve a decir “sí” todos los días, en cada instante, dentro de un “largo tiempo” que no coincide con nuestra obsesión por entenderlo todo enseguida. Esto fue algo que impactó a muchos, desde Emanuele, estudiante de quinto, que se dio cuenta de que la vocación tiene un horizonte mucho más grande e interesante que la mera decisión de la carrera universitaria, hasta Andrea, profesor veterano que confesó el “vuelco” que esas palabras le habían dado. «Yo me enfado mucho porque quiero ser el dueño de mi tiempo, mientras que esta monja –y Martina– me están poniendo delante la evidencia de que mi tiempo no es “mío”, sino que me es dado».

Pero lo que más impresionó a Cecilia, de segundo, fue otro momento del testimonio, en que la hermana señaló lo decisivo que fue para ella la oración que su padre enfermo dirigía siempre a Dios: no «cúrame», sino «hágase Tu voluntad». «Yo siempre he rezado solo por la curación de Martina –contó en la asamblea antes de volver a casa–. Nunca había pensado que podía rezar para que se hiciera la voluntad del Señor, fuera la que fuera. Veo que eso implica fiarse de Dios, dejarle a Él la responsabilidad».
Esa fue la mayor “piedra de escándalo” para los que participaron en el gesto de Asís. Como Lucía (nombre ficticio, ndr), que tras escuchar las palabras con las que la madre de Martina comunicaba la muerte de su hija («La promesa de la felicidad eterna ya se ha cumplido para Martina, lo digo con gran alegría y con un dolor infinito. Alegría de una madre que sabe que su hija por fin puede ver el rostro del Padre bueno y gustar de Su belleza, y dolor por no poder volver a abrazarla»), rompió a llorar preguntando cómo podemos estar seguros de la existencia de ese “Padre bueno”. En el intenso diálogo que siguió a esa pregunta salió todo el drama de la fe. De hecho, no podemos dejar de «implorar que el destino de la vida no tenga fin» porque –como cantamos al acabar la asamblea– «toda la vida pide la eternidad». Ante una exigencia así, nada ni nadie puede obligarnos a creer, pero teniendo en cuenta todo lo que hemos visto y oído (“señales para entender”, como decía Alessandra), ¿qué es lo más razonable?

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El gesto incluía también juegos por equipos, que culminaron con una épica caza del tesoro por la ciudad de Asís, con la participación de todos los bachilleres y adultos, y terminó después del viaje de vuelta nocturno en autobuses para llegar al funeral de Martina. El padre Vincent Nagle, que la acompañó durante los últimos meses, leyó en la homilía las últimas palabras que le dijo la última vez que hablaron: «Ahora veo lo amada que soy, cuánto me queréis, el amor es el centro de mi vida», palabras que reflejan la otra frase que sus padres imprimieron en su recordatorio: «Hubo un tiempo en que pedía a Jesús que me dejara morir porque ya no podía soportar tanto sufrimiento, pero ahora, a pesar del tumor, soy feliz, porque el amor que estoy recibiendo es más grande que el dolor que estoy soportando».

El lema de la convivencia era “Afecto al destino: una amistad inagotable”. Hemos podido ver lo inagotable que es la amistad cristiana, con una chica que muchos de nosotros ni siquiera conocíamos antes de su funeral, mostrándonos cómo florece dentro del afecto al destino, un destino que muestra su bondad a través del rostro de Jesús. Nuestro afecto, pero sobre todo el Suyo hacia nosotros.
Francesco, GS Brianza