(Foto: Massimo Quattrucci/Fraternità CL)

Alguien que me conoce mejor que yo misma

Llegaba a la plaza con prisas pero el impacto de lo que allí se encontró desbarató todos los planes que bullían en su cabeza para imponerse ante sus ojos mostrando lo que su corazón necesitaba

El sábado 15 de octubre, al llegar a la plaza de San Pedro nos invadieron las prisas por encontrar nuestro sitio, parecía que perdíamos el tren de nuestra vida, íbamos un poco perdidos. Sin embargo, lo que allí sucedía me golpeó aun estando totalmente despistada: el orden, los voluntarios de orden y una alegría serena, nada estruendosa, de los que habían madrugado más que nosotros y ya estaban allí desde hacía rato. Dos impactos que me rescataron y me permitieron mirar la plaza, llena de gente, todos alcanzados por la misma historia que yo, por el mismo que me ha conquistado a mí. ¡Madre mía! Se acabaron las prisas y se acabó mi plan, allí sucedía algo que era mucho más grande y que mi corazón necesitaba que quedase grabado en mi retina, para esta ocasión no valían las fotos.

Cuando comenzó el acto con el rezo de laudes, el silencio, los cantos, y especialmente los textos que se leyeron (me los había llevado impresos en español), la voz de quienes los leyeron y las imágenes, yo experimentaba lo mismo que me pasó cuando conocí el movimiento y leyendo un texto de Julián Carrón me encontraba con alguien que me conocía mejor que yo misma, me conocía como si viviese en mi casa, hablaba de mí, me hablaba a mí. Pues esto mismo con una potencia sorprendente volvió a suceder, lo que sucedía en la plaza de San Pedro me explicaba quién soy yo mejor de lo que yo puedo alcanzar a entender por mí misma, yo soy esa expresión de fe, de cultura, de un pueblo que incluso se alegra y saluda de un modo que me constituye.

Una manifestación fervorosa me hubiese dejado fuera, cualquier otra cosa, aun habiéndome arrastrado, me hubiese dejado fuera. Sin embargo, antes de que empezarán los parlamentos yo podía afirmar que “soy” en este pueblo, en esta historia iniciada por el carisma de don Giussani. Lo que yo soy “sucede” en la pertenencia a este pueblo, a la Iglesia. Una cabecita más de las 60.000 de la plaza, que lo tenía todo, tanto que era una con todas las demás. Nunca podré olvidar el momento, el lugar, ni la luz maravillosa de esa mañana.
Pilar, Castellón