Silvio Cattarina

Manos vacías y pies descalzos

El Covid ha dejado huella. Pero, entre el miedo y el desconcierto, permanece el deseo de que la vuelta a la normalidad suponga algo nuevo y útil. La carta de Silvio Cattarina, de "L'Imprevisto" de Pésaro

Me llama mucho la atención ver a tanta gente que reaparece en el escenario de la vida, del trabajo, de la escuela, de la ciudad un poco desconcertada, desinteresada, desmotivada, alejada, con la cabeza entre las nubes, alegremente desorientada y con la vaga sospecha de “algo” que puede ahogarlo todo con maldad, sobre todo con los jóvenes que no quieren volver a clase, después de haber rechazado incluso las clases online… Me llama mucho la atención.

He visto mucha gente así estos meses, trabajando con los jóvenes de El Imprevisto en Pésaro, una comunidad de recuperación para jóvenes con trastornos y drogodependencias, pero también con otra gente, con decenas de historias con las que me topo todos los días.

Pero, bien mirado, se ve, se intuye también un deseo de que este retorno se realmente algo nuevo, interesante, útil. Para los jóvenes y para los adultos. El deseo de que volver a empezar, teniendo en cuenta todo lo que ha pasado, también suponga un nuevo ímpetu.

Por eso hace falta un compromiso constante en el intento de comprender quiénes somos, adónde vamos, cómo y con quién caminamos, para ir dando pasos.

Debemos hacernos cargo de nosotros mismos en virtud de la espera que hemos experimentado, de lo que hemos esperado –aun inconscientemente– durante los largos meses que hemos pasado aislados. ¡Se puede añadir mucho, mucho, en la medida en que esperemos!

Nos toca luchar por la conciencia de lo que realmente importa, nos toca mirar, aferrar y admirar el yo, la persona, esa persona que es cada uno de nosotros. El hecho más único y excepcional es sin duda la persona que es cada uno.

La fuerza no vendrá tanto ni solo de los fármacos, técnicas y protocolos sanitarios, políticos o sociales. La fuerza viene de la persona. ¡Qué confianza infinita hay que saber poner en el corazón de cada persona!

Cuando era pequeño –reinaba la mentalidad del 68– a modo de eslogan se solía decir: «A un pobre deja de darle pescado y enséñale en su lugar a pescar para que deje de ser pobre». Pero con el tiempo hemos visto que ni siquiera eso bastaba. Para pescar (es decir, para estudiar, para trabajar, para formar una familia…) hace falta tener una gran razón, un objetivo fascinante, de otro modo nunca se tiene la energía suficiente y necesaria.

Por ejemplo, cuántos padres se dirigen a nosotros y después de desentrañar los muchos y dolorosos problemas que sufren con sus hijos, cierran su relato diciendo: «Más que la droga, más que su trastorno o su delito, más que la cárcel o la autolesión… lo que más nos duele, lo que más nos desgarra y destroza es ver que nuestro hijo no se levanta por la mañana, ser incapaces de sacarlo de la cama».

Hace falta una sacudida, un sobresalto, una vibración, un respiro, una luz que nos ilumine. Lo que de verdad necesitamos es una mirada que nos dé fuerza. Sí, estamos necesitados, somos unos pobrecillos, no debemos avergonzarnos para admitirlo. Somos manos vacías y pies descalzos.

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No podemos pensar que nosotros solos podremos con todo frente a todos, que vivimos para ser capaces, fuertes y sagaces, mirando nuestras capacidades, todo lo que sabemos y podemos hacer. Más bien, hay que implorar el honor de ver algo más vivo, nuevo y fuerte que se mueve dentro de la realidad. Hay que mirar, agudizar la mirada llevando dentro una invocación, el grito de un camino que se nos indique, de una guía que nos acompañe para que nuestro corazón pueda despertar.
Silvio Cattarina, "L'imprevisto" Pésaro