Un momento del encuentro.

«He visto educar»

Tiziana Valendino

Es 21 de marzo, son las17.30 de la tarde y el Centro Civico de San Martín de la Vega, municipio a 22 km de Madrid, se llena de muchísima gente proveniente de la misma localidad y de sus alrededores, como Getafe, Parla, Móstoles.
La razón de este acontecimiento es la presencia de Franco Nembrini para presentar su libro El arte de educar, de padres a hijos, donde se recogen varias de sus intervenciones sobre la educación, partiendo de su experiencia.
El encuentro es presentado por Jesús Úbeda, párroco de San Martín de la Vega, y se desarrolla ante la presencia de la alcaldesa y dos concejales municipales, de Cultura y Medio Ambiente.
También habían sido invitados los obispos Don Joaquín y Don José, que por problemas de agenda no pudieron asistir pero enviaron un mensaje leído por Úbeda. Los obispos subrayaban cómo el tema de la educación preocupa a todos y se alegraban de que el lugar elegido para la realización del encuentro fuera el Centro Cívico, y además con la presencia de un ponente tan excelente.

Franco Nembrini empezó su intervención diciendo que no se consideraba ni un experto, ni un teórico de la educación, de hecho dijo que no tenía ninguna receta para resolver el problema de la educación. Sin embargo le gusta decir, cuando empieza un encuentro, que ha visto mucho educar. ¿Por qué? «En primer lugar por haber visto a mi padre y a mi madre, por tanto como hijo; en segundo lugar, 40 años enseñando; y finalmente habiendo tenido cuatro hijos, he visto acontecer cosas que me parecen útiles. Por tanto soy uno que cuenta cosas que ha visto, no un teórico».
Nembrini en su intervención subrayó los tres puntos fundamentales que atraviesan el libro.

La primera cuestión está en la dedicatoria del libro: «A mis padres Dario y Clementina que me han dado la vida y junto a ella el sentido de su grandeza y positividad». Porque los hombres cuando dan la vida, no dan solo la vida, dan junto a ella un cierto sentido de la misma, es decir, educan. Nembrini explicó que tomó conciencia de este punto hace muchísimos años, leyendo un artículo científico de un neuropsiquiatra infantil en el periódico italiano Corriere della Sera. Este estudioso escribía: «por mis estudios puedo afirmar que un feto, un embrión que vive nueve meses en el vientre de una mujer contenta y satisfecha de la vida, es decir de su vocación, con mayor facilidad sentirá la vida como algo grande, bueno y positivo. Y al contrario, si un feto, un embrión, tuviese que estar nueves meses en el seno de una mujer que maldice la vida, con mucha mayor dificultad sentirá la vida como algo grande, bueno y positivo». Para Franco Nembrini el secreto de la educación es «no tener el problema de la educación, porque una mujer que tiene en su seno a su bebé no tiene el problema de educarlo. Lo educa viviendo, comunicándole un cierto sentimiento sobre la vida, es decir, alegre de la propia vida».

La segunda observación es que la educación no requiere ninguna pedagogía o psicología particular. Esta cuestión Franco Nembrini dice haberla entendido cuando ya era padre. «Un domingo, mientras corregía los trabajos de mis alumnos, de repente vi asomarse los ojos de mi hijo mirándome al borde de la mesa. Yo con la mirada le pregunto: ¿qué necesitas? Le fijé con la mirada y él me sonrió. De manera fulminante me vino esta idea: que en aquella mirada silenciosa llena de ternura y confianza, mi hijo me estaba haciendo una pregunta radical: papá, asegúrame que merece la pena venir al mundo. Yo creo que nací como educador aquel día. Desde este momento siempre que he entrado en clase, lo he hecho sintiendo también en mis alumnos esta pregunta».

Finalmente la tercera observación. Los hijos, desde que están en el vientre de su madre, nacen con una característica: un deseo. Y buscan dentro de la realidad algo que sea grande, que satisfaga su deseo. Por lo tanto necesitan una gran esperanza para llegar a ser grandes. De hecho lo que hacen, según afirma Franco, es esto: «nos miran siempre», y continúa: «si esto es verdad todos los adultos son siempre educadores, todos tenemos una gran responsabilidad educativa, porque es el trabajo del hombre».

Franco Nembrini explicó que vivimos en un mundo difícil, que nuestros hijos sufren una presión social muy fuerte, que antes no se había dado: «Estamos delante de una generación que no se estima», sin embargo frente a tal situación nos aconseja no tener miedo, afirmando que «el miedo destruye la educación». Mientras, es posible educar en la más terrible de las circunstancias si existe un adulto, de hecho señaló que en Auschwitz se educaba.
Por lo tanto afirmó que la “urgencia educativa” no tiene por objeto los hijos, «ellos hacen su trabajo, nos miran, el problema es lo que ven cuando nos miran». Por lo tanto el objeto del problema educativo somos nosotros, los adultos. Qué razones les damos de que la vida tenga un sentido, sea grande. Porque la violencia que encontramos en la generación actual es hija de la tristeza que vive ella misma, y su tristeza es la nuestra.
Para explicar este punto contó la historia del “huevo de águila”: un águila que nace en un gallinero y una noche viendo a un águila volar se da cuenta de que ella está hecha para el cielo, que quiere volar y un día vuela. «Cuando nuestros chicos están mal nosotros les regañamos, en vez de acompañarles en este descubrimiento de ser águila. Por lo tanto, ¿cuál es la tarea del adulto? Debe solo volar. La dinámica educativa es esta, es decir, padres y educadores que vuelan, así despiertan en sus hijos y alumnos el deseo».

El secreto de la vida es encontrar a alguien que vuela, y es posible encontrarle porque existe, como dice el Papa, «Dios nos primerea». Cuando se encuentra a alguien que nos mira así, que me estima y me afirma, empieza en mí una nueva mirada.
La educación es la vocación de la vida humana.