El muro independentista

El País
Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona

El instinto de levantar muros entre personas o pueblos tiene larga trayectoria. Desde la muralla china hasta la anunciada por el nuevo presidente de Estados Unidos hay todo un repertorio de ejemplos, por lo general funestos. En Europa sufrimos desde 1961 a 1989 nuestra muralla de la vergüenza separadora de alemanes y también de europeos. Ahora en España se levanta por los independentistas catalanes un muro espiritual entre españoles. No se utilizan para ello materiales convencionales de construcción, sino un discurso político monocorde, un imaginario euforizante y unos referentes artificiales y ficticios. Casi peor.

Trump quiere dar a los mexicanos (en general, a los latinoamericanos e hispanos) con su muro en las narices. Lo levantará él, pero lo pagarán ellos, “culpables” de todo. Cada muro lanza un proyectil de denigración desde un “nosotros” a un “ellos”. Y cada valla que surge genera de inmediato otra especular e inversa. La de Trump ha exacerbado ya en todo el sur un sentimiento nacionalista y antiyanqui. Las verjas o las concertinas hacen patente el fracaso de la política, la convivencia y el entendimiento. Los prejuicios se elevan con ellas a un lado y otro de la separación...