Un eco de la crucifixión

La Vanguardia
Antoni Puigverd

La Semana Santa no podía empezar de manera más trágica. El domingo de Ramos, el terror yihadista golpeó la milenaria comunidad cristiana copta. Dos atentados sucesivos causaron al menos 44 muertos y más de un centenar de heridos en las iglesias de Alejandría y Tanta. El siniestro Daesh se atribuyó la autoría y prometió más atentados. Vanagloriándose de la explosión que en diciembre causó otros 29 muertos en la catedral de El Cairo, el Daesh ya había proclamado la voluntad de volver a atentar contra la comunidad cristiana. Hasta el domingo de Ramos, aquellas amenazas habían cristalizado en la península del Sinaí, fronteriza con Gaza, en la que los gihadistas están a sus anchas. Empezaron a matar cristianos como si cazaran conejos. Los coptos de esa zona, abandonando trabajo y casas, huyeron precipitadamente hacia Ismailía, una de las ciudades del canal de Suez. Entrevistado por Miriam Díez Bosch para Aleteia, Dimitris Cavouras, portavoz de la comunidad griega en Egipto, intentaba racionalizar el porqué de estos atentados explicando que, desde las revoluciones del 2011, los lugares de culto, “sean de la religión que sean”, son un objetivo claro de los yihadistas: “En este caso, los coptos han pagado el precio más alto”. Otros expertos en temática egipcia, como la mayoría de los corresponsales, recordaron que algunos dirigentes de la comunidad copta aparecían en las fotos del militar Al-Sisi poco después de su golpe de estado contra el gobierno de Morsi y los Hermanos Musulmanes. ¡Como si una minoría que vive desde hace décadas en situación precaria y en grave peligro estuviera en situación de elegir!

El odio religioso que recae contra los cristianos en el Oriente musulmán es relativizado con cierta frialdad analítica: se objetiva en el contexto de una tragedia política de mayor alcance. Este tipo de argumentación me recordó el discurso oficial que el periodista Jean Rolin escuchaba en su larga estancia en Palestina en los años de la intifada. Todos los dirigentes cristianos con los que habló (directores de escuelas, representante de fundaciones, portavoces de órdenes religiosas), fueran palestinos o occidentales, negaban toda referencia discriminatoria de los palestinos hacia los compatriotas cristianos, mientras enfatizan las discriminaciones, acosos y abusos de la soldadesca israelí. Las tribulaciones de los cristianos con la Autoridad Palestina o con Hamas son un tema tabú para la élite dirigente cristiana, que tiene que hacer equilibrios con la cruda realidad: el asfixiante predominio islamista. Pero Rolin es un periodista que se concede largas temporadas de aparente vagabundeo en los lugares des de los que escribe. Escucha a los portavoces, sí, pero escribe observando largamente hechos y comportamientos, estableciendo relaciones personales, tejiendo pacientes vínculos de vecindad y complicidad con la gente de a pie. Su testimonio periodístico ( Cristianos, Ed. Libros del Asteroide) demuestra fehacientemente que los cristianos árabes viven emparedados. Emparedados incluso en aquellos lugares donde habían (subrayo: habían) sido una importante minoría. En Israel y Palestina reciben fuego amigo y enemigo. En Siria e Irak para qué contar. En Egipto, obligados a elegir entre la espada y la pared, convertidos en moneda de cambio: los islamistas quisieran usarlos como recurso de presión internacional; y Occidente por realismo político, para no herir la sensibilidad de los musulmanes, los considera siempre un daño colateral.

Por supuesto, entre nosotros, la tragedia de estos cristianos es irrelevante. Ya lo he escrito otras veces: ¿por qué tendría que escandalizarnos la extirpación violenta del cristianismo oriental, si nosotros, en Occidente, pero especialmente en Catalunya, nos hemos entregado con gran alegría y determinación a extirpar una tradición de dos mil años de historia? El martirio de los cristianos coptos ha sonado como el eco de la crucifixión, que los cristianos han conmemorado precisamente en esta Semana Santa. Vale la pena subrayar la respuesta de las víctimas. Los coptos no reclaman venganza. No hemos visto manifestaciones de odio: sólo lágrimas y oraciones entre la desolación. Una y otra vez, algunos cristianos occidentales, Francisco al frente de ellos, insisten en el diálogo y en la necesidad de continuar trabajando para construir espacios de convivencia interreligiosa. Es importante no olvidar que, de momento, estas palabras, para muchos cristianos de Oriente, no son un bienintencionado complemento de la misa del domingo, sino una literal invitación a afrontar la pasión de Jesucristo.